lunes, 1 de julio de 2013

El comienzo

 Empezamos por el principio: soy un vago. No tengo ni idea de si todo lo que voy a decir es razonable, posible o una completa idiotez. Es más, lo digo pero no tengo ni idea de cómo hacerlo. O más bien tengo idea, pero seguro que es tan simplista que es imposible.

Pero no obstante creo que hay que decirlo. Porque seguramente hay gente que ha vivido tiempos peores que estos. No lo dudo, pero lo cierto es que yo, personalmente, no creo que haya vivido nada peor que lo que estamos viviendo ahora.

Igual soy sólo yo el que tiene esa sensación. Pero de momento lo que veo a mi alrededor es una polarización militante de la sociedad de una forma que no había visto antes. Partidos políticos, sindicatos, medios de comunicación y otras instituciones participan en una guerra continua donde los intereses que se defienden no parecen ser los de sus miembros o sus electores. En su lugar, defienden sus propios intereses.

Lo cual, hasta cierto punto, es natural. Forma parte del principio Darwinista, el primer objetivo de cualquier organismo es su propia supervivencia. Nadie hará nada nunca en contra de sus propios intereses. Pero es que resulta que la conservación de esos intereses es lo que está impidiendo que nos convirtamos en una sociedad participativa, justa y próspera. Nótese que me abstengo, y me voy a abstener, mucho de hablar de ideologías aquí, pero creo que esos tres principios forman una especie de triángulo mágico, en el que cada uno de ellos depende de los otros dos. A no ser claro, que pretendamos convertirnos en una sociedad como... que cada uno busque ejemplos de sitios donde falta una de esas tres cosas y que se haga su propia composición de lugar.
Qué es lo que está fallando ¿las personas? ¿las instituciones? ¿las dos cosas?

Pues la respuesta es que fundamentalmente ninguna. Ni las instituciones ni las organizaciones son perfectas. Debemos asumir que cualquier sistema, con cualquier tipo de reglas de juego, siempre deja resquicios para la interpretación interesada de esas normas y su utilización para beneficios ajenos a la intención original. Tampoco las personas son perfectas, con contadísimas excepciones nadie está libre de caer en la tentación de utilizar el poder y los recursos que los electores le otorgan para fines que le benefician a otros que no sean sus electores.

Sin embargo, esas mismas instituciones en otras sociedades han demostrado ser eficaces para conseguir construir una sociedad más justa, más libre y más próspera. Así que volvemos otra vez a la misma pregunta, ¿qué es lo que está fallando?

Creo que lo que falla, en realidad, son las normas por las que se rigen las personas y las instituciones. Ningún cambio social que queramos impulsar puede salir adelante, o funcionar, si no cambiamos antes las reglas del juego. Este cambio es condición necesaria, aunque no suficiente, para que podamos, como sociedad, salir adelante y construir un futuro mejor para todos.

Si tuviera que resumir los tres problemas de fondo que tenemos, diría que son estos tres: representatividad, transparencia y eficacia.

Representatividad

Nuestros sistema electoral propicia que los representates políticos que elegimos con nuestros votos no respondan de sus actos ante sus votantes, sino ante su partido. Los votantes tenemos que conformarnos con lo menos malo cuando acudimos a las urnas, y no tenemos ninguna vía para reclamar a nuestros representantes que cumplan con sus promesas. Como mucho, podemos castigarles en las próxima elecciones, pero para entonces el daño ya está hecho.

Transparencia

Cuanto más intentamos saber qué se hace con nuestro dinero, más difícil resulta. En el mundo de internet y la automatización de los sistemas de gestión, resulta incomprensible que toda la información sobre cómo se utiliza el dinero público no sea accesible para cualquier ciudadano. Lo que es peor, la actitud de los gestores de esos recursos públicos resulta hasta hostil ante las peticiones de transparencia.

Es necesario que aquéllos que manejan el dinero público sean conscientes en todo momento de que esos recursos no son su propiedad, ni es su potestad el utilizarlos como ellos crean conveniente. El uso del dinero público tiene que estar de acuerdo con la voluntad de sus representados, y tiene que ser visible para todos los votantes. Puede que existan algunas excepciones, pero estoy seguro de que son las menos, y desde luego afectarán a una parte ínfima de esos recursos.
Esa transparencia tiene que ser en los dos sentidos. Es decir, igual que tenemos derecho a saber cómo se gasta el dinero de todos, también tenemos derecho a saber de dónde viene. No podemos permitir que haya sectores de la sociedad que no contribuyan lo que tienen que contribuir a las arcas públicas. Precisamente es esa contribución la que nos da derecho a exigir contraprestaciones del Estado. El Estado somos todos, resulta inaceptable que unos se beneficien de los recursos de otros y no aporten lo que les corresponde.

Eficacia

Nuestro entorno, el mundo, que tenemos alrededor cambia constantemente. Ahora tenemos problemas que no teníamos hace treinta años, y algunos de los problemas que teníamos hace treinta años ya no existen. Nada es para siempre, y a veces arrastrar las soluciones del pasado hasta el futuro es un lastre por el que tenemos que pagar un precio a veces tan alto como el no poder hacer frente a los problemas del futuro.

Tenemos que ser flexibles y estar dispuestos a cambiar las cosas cuando no funcionan. El problema que tenemos ahora mismo es que muchos de esos cambios chocan frontalmente con personas e instituciones que se benefician de que las cosas continúen como están, y esas mismas personas e instituciones son fundamentales para poder cambiar nuestra sociedad en la forma que queremos.

Todo esto está muy bien, y hasta es razonable ¿qué podemos hacer?

Si has tenido la paciencia de leer hasta aquí, gracias. Mis disculpas, no soy muy bueno explicándome, pero seguro que estás esperando ahora que proponga algo. Y efectivamente, es lo que pienso hacer.

Seamos prácticos. Salvo de formas traumáticas y violentas que a ninguno creo que le gusten, y que además está bastante demostrado por la experiencia que no suelen finalmente dar los frutos que se pretenden, nos guste o no, la forma más sencilla de cambiar el sistema es desde dentro.

En los últimos dos años he visto pasar delante de nuestros ojos algunos intentos de cambiar las cosas sin mucho éxito. He visto tres problemas, que no son paralelos y se combinan uno con otro cuando se intenta cambiar el sistema que tenemos ahora.

El primero es que los movimientos asamblearios funcionan bien siempre que los colectivos que los componen sean relativamente pequeños, pero no podemos pretender que eso funcione con millones de personas, salvo que estemos dispuesto a aceptar invertir enormes cantidades de tiempo en escuchar a todos y cada uno de los que tengan algo que decir. La democracia representativa es un sistema que escala mucho mejor, y mantiene por lo menos los principios básicos. Pero debemos asegurarnos de que funciona.

El segundo problema es que siempre, siempre, habrá diferencias de opinión. Pasa en todos los grupos sociales, desde los más pequeños como las comunidades de vecinos y no digamos ya en los más grandes. Queremos saltar del problema a la solución, sin darnos cuenta de que el mismo problema tiene distintas soluciones según lo que cada uno crea. Los problemas sociales no se resuelven como quien resuelve una ecuación: hay que respetar creencias, ideologías y sentimientos, porque si no lo hacemos no habremos resuelto nada, habremos creado otro problema.

El tercer problema es que para cambiar algo hay que vencer la resistencia al cambio, y estamos hablando de cambiar los fundamentos de cómo decidimos nuestro destino. Y eso implica mucha, mucha resistencia. Y es muy difícil vencerla.

Déjate de rollos ¿entonces no hay nada que hacer?

Lo fácil sería continuar quejándonos de todo y echándole la culpa al gobierno de turno. Eso no nos haría ser más transparentes, eficientes o estar mejor representados, aunque es posible que como terapia nos sirva de alivio temporal. Se puede hacer algo, aunque es muy difícil.

Podemos cambiar el sistema desde dentro. Reformar profundamente los fundamentos básicos de nuestra democracia. Cambiarla para que nos sirva en los próximos treinta años. Pero para eso no podemos caer en los mismos errores que los que lo han intentado antes. Tenemos que fijarnos un objetivo y no perderlo nunca de vista. Y cuanto más simple sea ese objetivo, más fácil será reunir apoyo. Y para hacer eso, el sistema nos pide que creemos un partido político.

Ahora, paciente lector, es cuando estás esperando que haga un programa electoral con un alud de propuestas. Seguro que estás deseando saber si soy pronuclear o no. Si estoy a favor o en contra de limitar el aborto. O de nacionalizar la banca. O de reconquistar Gibraltar. O de subir el IVA de los autónomos. O de la cadena perpetua para los violadores. O de la independencia de una u otra comunidad autónoma. O...

Pues, querido lector, puede que en alguno de esos temas tenga una opinión formada. De otros, no tengo absolutamente ni idea. Pero lo que es relevante aquí es que cualquiera que sea mi opinión quiero vivir en una sociedad donde finalmente todos esos asuntos, y muchos más, se puedan decidir por la mayoría, en un clima de paz donde en lugar de tirarnos los trastos a la cabeza todos podamos creer que si tenemos algo importante que cambiar, podemos hacerlo.

Por eso creo que deberíamos crear el Partido en Blanco.

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